Le pedimos a Inés Sanguinetti de la ONG "Crear Vale la Pena" que nos cuente cómo Medellín logró salir de la droga, muerte y pobreza.
Nos envió una nota de Jorge Melguizo, Director de la Cátedra Medellín Barcelona, quien fue Secretario de Cultura Ciudadana y Secretario de Desarrollo Social de Medellín, nota que sentimos la necesidad de compartir.
Educación y cultura para reinventar una ciudad
En 2004, la alcaldía –ganada en ese entonces por
un movimiento ciudadano por fuera de los partidos políticos tradicionales- tomó
la decisión de poner el 40% del presupuesto municipal en proyectos educativos y
el 5% del presupuesto municipal en proyectos culturales. Esa decisión política, mantenida durante 8
años, se convirtió en la principal jalonadora de proyectos privados (de empresas
y de universidades) y en la gran aglutinadora de un esfuerzo colectivo,
ciudadano, que ha logrado hacer de la transformación de Medellín una causa
común.
El 79% de los y las estudiantes de primaria
(grados 1º a 5º) y secundaria (grados 6º a 11º) van a colegios públicos en
Medellín. Esa cifra era una de las
debilidades mayores de Medellín pues la educación pública, que hace 40 años era
la mejor, hoy es de mala o regular calidad en Colombia. Ninguno de los dirigentes privados y
seguramente muy pocos de los dirigentes públicos llevan a sus hijos a la
educación pública en Colombia. Sin
embargo, la Alcaldía vio en esa cifra la gran oportunidad de transformación
estructural de la ciudad y de la ciudadanía: con una política pública
decididamente favorable a la educación pública y convocando a otros sectores
para hacer de la educación pública una marca de calidad, lograríamos impactar a
cuatro quintas partes de la población infantil y juvenil de Medellín. Y eso es lo que se ha hecho: una gran
inversión en mejoramiento de infraestructuras (los mejores edificios de la
ciudad, los que visitan con orgullo y admiración sus habitantes y los turistas,
son hoy edificios públicos: colegios y centros culturales) y un gran proyecto
de calidad educativa (el 55% de todos los colegios públicos de Colombia que tienen
certificado de calidad están hoy en Medellín, una ciudad de 2.3 millones de
habitantes en un país de 44 millones). Y
más: una ampliación de la oferta educativa de calidad en la base y en la
cúspide de la pirámide. En la base, con
un programa municipal de Jardines Infantiles en los barrios más pobres. Y en la
cúspide, con varios programas que facilitan el acceso de la juventud más pobre
de Medellín a cualquier universidad pública o privada y con el mejoramiento
integral de 3 universidades públicas municipales.
La cultura es también hoy una de las marcas
internacionales de Medellín. Muy pocas
ciudades dedican el 5% de su presupuesto a cultura. Pero la clave no está solo en los montos que
se manejan (Medellín invierte más dinero en cultura que el Ministerio de
Cultura para todo el país) sino en la destinación que se les da: la cultura
como derecho y el derecho a la cultura.
Una gran inversión en “ingeniería” cultural (plan de desarrollo cultural
a 10 años, sistema municipal de cultura y grandes equipamientos en los barrios
de menor desarrollo humano, entre ellos los 10 Parques Bibliotecas que son ya
mundialmente conocidos) y una gran inversión en “jardinería”[1]
cultural: entrada libre a museos y eventos, becas a la creación, formación
artística para niños, niñas y jóvenes, memoria y patrimonio, casas de la
cultura, circulación cultural, festivales de todo tipo y reconocimiento y apoyo
de la cultura viva comunitaria, esa que se hace todos los días, todos los años,
en los barrios de nuestras ciudades y que ha trabajado sin el Estado, a pesar
de el Estado o contra el Estado). La
cultura nos ha ayudado a descubrirnos como ciudad, a entendernos en diferentes
dimensiones, a reconocernos frente al conflicto armado de años y años y a
encontrar y a buscar –fundamentalmente eso, a buscar- todo tipo de soluciones
culturales para nuestros grandes problemas.
La educación y la cultura son marcas hoy en
Medellín. Y son hoy marcas de
Medellín. Medellín es reconocida hoy,
más que por sus violencias, por sus proyectos educativos y culturales,
generadores de convivencia. Hemos
reinventado a Medellín con educación y con cultura. Esta ciudad no solo ha cambiado de piel:
también está cambiando su alma. Hemos demostrado que es posible. Y decimos: Si
en Medellín ha sido posible, en cualquier lugar es posible.
[1] Una tarde noche de junio
de 2011, en Barcelona, en el despacho de Jordi Martí, entonces Consejero de
Cultura del Ayuntamiento, hablamos de estos dos conceptos: ingeniería y
jardinería cultural. Desde ese momento
uso esta doble expresión para referirme a lo macro y a lo micro, a las infraestructuras
y estructuras formales y a los contenidos y al trabajo diario en la cultura.
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